¿QUEDA TODAVÍA EN USTEDES MUCHO DE CHIMPANCÉ? MICHEL ONFRAY
FICHA 7
UNIDAD II: EL HOMBRE Y SU CULTURA
¿Queda todavía en ustedes mucho de chimpancé?
En algunos sí, sin duda…. Pasen solamente una hora con
ellos, y se darán cuenta rápidamente. En otros es menos evidente (…) De la
monstruosidad al genio hay muchos grados. ¿Dónde estamos, dónde están ustedes
entre esos dos extremos? ¿Más próximos de la bestia o del individuo genial? (…)
Tanto como que las partes animales y humanas parecen difíciles de separar
claramente. ¿Dónde está el chimpancé? ¿Dónde está el hombre?
Sin embargo, distinguimos lo que es común al babuino[1] y
al humano. Para hacerlo podemos recurrir a las lecciones que da la fisiología
(las razones del cuerpo) y la etología (la lógica de los comportamientos
humanos esclarecidos por los de los animales). Estas dos disciplinas informan
sobre lo que en cada uno de nosotros, procede y se deriva todavía de la bestia,
a pesar de siglos de hominización (el hecho para el hombre de hacerse cada vez
más humano) y de civilización.
La fisiología nos muestra la existencia de necesidades
naturales comunes al chimpancé y al profesor de filosofía. Beber, comer y
dormir se muestran como inevitables obligaciones impuestas por la naturaleza. La
necesidad de restablecer fuerzas por el alimento, la bebida y el sueño señala
la identidad entre el cuerpo animal y el cuerpo humano.
De igual modo la psicología muestra la necesidad
sexual activa tanto en el primate como en el hombre. Sin embargo, esa necesidad
natural no es indispensable para la supervivencia individual, sino para la de
la especie. Si el individuo no teme nada de la abstinencia sexual, la humanidad
arriesga con ella su supervivencia.
Por su parte la etología enseña que existen comportamientos
naturales comunes a los animales y a los humanos. En la naturaleza, los
animales se matan unos a los otros con el fin de dividir el grupo en dominantes
y dominados, adoptan posturas físicas de dominación o sumisión, combaten para
gobernar territorios. Los hombres hacen lo mismo… la maldad, la agresividad,
las guerras, las relaciones violentas se alimentan de las partes animales que
hay en cada uno de nosotros.
Del mismo modo, el chimpancé y el seductor, en el
fondo, se comportan de manera idéntica en las relaciones sexuales. Solo la
forma cambia. Así, el mono recurre a la exhibición, muestra sus partes más
saludables, sus dientes, grita, danza, se consume en demostraciones que
resaltan su valor, pone los ojos como platos, desprende un rotundo olor, se
pelea con los machos deseosos de poseer la misma hembra, los disuade a través
de una mímica agresiva, etc. ¿Qué hace el donjuán que se viste, se perfuma, se
engalana? Utiliza sus indiscutibles encantos (prestancia, coche descapotable,
trajes de etiqueta, tarjeta de crédito, y en consecuencia, cuenta bancaria),
mira de arriba abajo o desprecia con la mirada a los hombres que podrían ser
sus rivales, hace regalos (ramos de flores, invitaciones a cenar, joyas, etc.)
Al fin y al cabo, dar una forma cultural a las pulsiones naturales (…)
Comprobamos que el chimpancé y el hombre se distinguen
en la manera de responder a las necesidades naturales. El mono permanece
prisionero de su bestialidad, mientras que el hombre puede deshacerse de ella,
parcialmente, totalmente o bien diferirla, resistirse, superarla dándole una
forma específica. De ahí la cultura. Frente a las necesidades, a los instintos,
a las pulsiones que dominan al animal totalmente y lo determinan, el hombre
puede elegir ejercer su voluntad, su libertad, su poder de decisión.
En materia de sexualidad inventa el amor y el
erotismo, el sentimiento, la caricia y el beso, el control de natalidad, la
pornografía y el libertinaje y otras tantas variaciones. Asimismo, en lo que
concierne a la sed y al hambre: los hombres superan las necesidades naturales
al inventar formas específicas de responder a ellas (técnicas de cocción, de
salazón, de ahumado, de curado, de fermentación) utilizan especias, inventan
las cocina y la gastronomía. De suerte que el erotismo es a la sexualidad lo
que la gastronomía a la alimentación: un suplemento de alma, de valor intelectual
y espiritual añadido a la estricta necesidad, eso de lo que los animales son
incapaces.
El mono ignora las necesidades espirituales, pero
tampoco hay filosofía en los orangutanes, ni religión en los gorilas, ni arte y
técnica en los macacos y en los bonobos[2].
La cultura nos aleja de la naturaleza, nos sustrae de
las obligaciones que someten ciegamente a los animales, que no tienen elección.
Cuanto menos saber, conocimiento, cultura o memoria hay en un individuo, más
lugar ocupa el animal, más domina. Cada uno lleva consigo su parte de mono.
Extraído de Antimanual
De Filosofía de Michel Onfray
Pág. 34-46
[1]Mono africano de mandíbula
prominente, pelaje gris o pardo, con llamativas callosidades rojas en las
nalgas.
[2]Una de las dos especies que componen
el género de chimpancés. Se caracteriza por la tendencia a que sus individuos
andan erguidos en ocasiones.
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